El cartero le entregó el telegrama y mientras Roberto le daba las
gracias y empezaba a leerlo, no podía evitar que su cara mostrara una expresión
de sorpresa más que de dolor. Eran unas palabras breves y precisas:
“Tu padre falleció. Lo sepultaremos mañana a las 18
horas. Mamá”
Roberto se quedó como estaba, de pie y mirando al vacío. No sintió dolor, ni derramó ninguna lágrima, era como si hubiera muerto un extraño. ¿Por qué no sentía nada por la muerte de su padre?
Con un torbellino de pensamientos confusos en su mente, avisó a su esposa y emprendió viaje hacia la casa de sus padres. Mientras viajaba en silencio sus pensamientos pasaban por su mente a toda velocidad.
No tenía deseos de ir al funeral, sólo lo hacía para acompañar a su madre y tratar de aliviar su tristeza. Ella sabía que padre e hijo no se llevaban bien, desde aquel día de lluvia en que una serie de acusaciones mutuas, obligó a Roberto a irse para no volver nunca más.
Pasaron los años y Roberto vivía cómodamente. Se había casado y formado una familia, pero sólo se acordaba de su madre para su cumpleaños o alguna festividad. A su padre sin embrago lo había borrado de su mente. Desde aquel fatídico día jamás lo vio ni habló con él. Jamás pudo superar el odio que sentía hacia él.
En el velatorio se encontró con pocas personas. En un rincón del salón vio a su madre pálida, débil. Se notaba que había sufrido mucho. Tal vez porque siempre deseó que las cosas terminaran de otra manera. Cuando vio a su hijo, lo abrazó mientras lloraba silenciosamente, fue como si de pronto hubiera perdido toda esperanza.
Después, Roberto vio el cuerpo sereno de su padre. Estaba envuelto por un manto de rosas rojas, como las que al padre le gustaba cultivar. Pero de los ojos de Roberto no cayó una sola lágrima, su corazón herido no se lo permitía. Se quedó con su madre hasta la noche, la besó y le prometió que regresaría con sus hijos y su esposa para que los conociera. Ahora, por fin podría volver a su casa, porque aquella persona que tanto había odiado, ya no estaba en este mundo. Era el fin de la humillación, de las críticas, de los consejos ácidos de un sabelotodo. Por fin podría reinar esa paz que siempre quiso experimentar. En el momento de la despedida la madre le colocó algo pequeño y rectangular en la mano
Roberto se quedó como estaba, de pie y mirando al vacío. No sintió dolor, ni derramó ninguna lágrima, era como si hubiera muerto un extraño. ¿Por qué no sentía nada por la muerte de su padre?
Con un torbellino de pensamientos confusos en su mente, avisó a su esposa y emprendió viaje hacia la casa de sus padres. Mientras viajaba en silencio sus pensamientos pasaban por su mente a toda velocidad.
No tenía deseos de ir al funeral, sólo lo hacía para acompañar a su madre y tratar de aliviar su tristeza. Ella sabía que padre e hijo no se llevaban bien, desde aquel día de lluvia en que una serie de acusaciones mutuas, obligó a Roberto a irse para no volver nunca más.
Pasaron los años y Roberto vivía cómodamente. Se había casado y formado una familia, pero sólo se acordaba de su madre para su cumpleaños o alguna festividad. A su padre sin embrago lo había borrado de su mente. Desde aquel fatídico día jamás lo vio ni habló con él. Jamás pudo superar el odio que sentía hacia él.
En el velatorio se encontró con pocas personas. En un rincón del salón vio a su madre pálida, débil. Se notaba que había sufrido mucho. Tal vez porque siempre deseó que las cosas terminaran de otra manera. Cuando vio a su hijo, lo abrazó mientras lloraba silenciosamente, fue como si de pronto hubiera perdido toda esperanza.
Después, Roberto vio el cuerpo sereno de su padre. Estaba envuelto por un manto de rosas rojas, como las que al padre le gustaba cultivar. Pero de los ojos de Roberto no cayó una sola lágrima, su corazón herido no se lo permitía. Se quedó con su madre hasta la noche, la besó y le prometió que regresaría con sus hijos y su esposa para que los conociera. Ahora, por fin podría volver a su casa, porque aquella persona que tanto había odiado, ya no estaba en este mundo. Era el fin de la humillación, de las críticas, de los consejos ácidos de un sabelotodo. Por fin podría reinar esa paz que siempre quiso experimentar. En el momento de la despedida la madre le colocó algo pequeño y rectangular en la mano
“Hace mucho tiempo podrías haberlo recibido,
le dijo. Pero, sólo después de que él murió lo encontré entre sus cosas más
importantes.
Roberto no le dio mucha importancia y emprendió el
viaje de regreso. Unos minutos después de haber comenzado el viaje, se acordó y
quiso averiguar de qué se trataba lo que le había entregado su madre. Después de desenvolverlo
con cuidado vio un pequeño cuaderno de tapa roja. Era un libro viejo y sus páginas habían quedado
amarillentas por el paso de los años y al abrirlo pudo leer en su primera
página algo que había escrito su padre:
“Hoy nació Roberto, pesó casi cuatro kilos. ¡Es mi
primer hijo, estoy muy feliz y mi corazón salta de alegría!”
El relato continuó apasionando a Roberto, que con un
nudo en la garganta, seguía leyendo:
“Hoy, mi hijo fue por primera vez a la escuela. Es
todo un hombrecito. Cuando lo vi con el uniforme, me emocioné tanto que no pude
contener las lágrimas. Le pido a Dios que lo guarde y le de sabiduría para ser
un hombre de bien.”
La emoción de Roberto iba en aumento y el dolor de su
corazón cada vez era más intenso, mientras por su mente comenzaban a resurgir
imágenes del pasado.
“Roberto me pidió una bicicleta, mi salario
no es suficiente, pero él se la merece porque es muy estudioso y dedicado. Así
que pedí un préstamo y se la compré. Espero poder pagarlo con las horas extras.
La vida de mi hijo será diferente a la mía, yo no
pude estudiar. Desde niño me vi obligado a ayudar a mi padre, pero deseo con
todo mi corazón que mi hijo no sufra ni padezca situaciones como las que yo
viví.”
Roberto no podía creer lo que estaba leyendo, era como
si un mar de dolor inundara su conciencia. Vinieron a su mente los recuerdos de
su adolescencia, como se quejaba a su padre por no tener bicicleta como sus
amigos… y continuó leyendo.
“Es muy duro para un padre tener que
castigar a su hijo, sé que me odiará por esto, pero es la forma en que creo
debo educarlo para su propio bien. Fue así
como aprendí a ser un hombre honrado y esa es la única forma en que soy capaz
de educarlo.”
Roberto cerró los ojos y recordó la noche cuando por
causa de una fiesta en su juventud hubiera podido ir a la cárcel. De hecho
todos sus amigos pasaron la noche allí. Sólo lo evitó, el que su padre,
precisamente esa noche, no le permitió ir al baile con sus amigos.
También recordó otra oportunidad en la que no le concedió permiso para salir. Esa vez el auto en el que debía haber estado, chocó y quedó totalmente destrozado contra un árbol. Le parecía casi oír las sirenas y el llanto de toda la ciudad mientras sus cuatro amigos eran llevados al cementerio. Las páginas se sucedían con todo tipo de anotaciones, llenas de respuestas que revelaban en silencio, la tristeza de un padre que lo había amado tanto. Por fin llegó a la última página y leyó:
También recordó otra oportunidad en la que no le concedió permiso para salir. Esa vez el auto en el que debía haber estado, chocó y quedó totalmente destrozado contra un árbol. Le parecía casi oír las sirenas y el llanto de toda la ciudad mientras sus cuatro amigos eran llevados al cementerio. Las páginas se sucedían con todo tipo de anotaciones, llenas de respuestas que revelaban en silencio, la tristeza de un padre que lo había amado tanto. Por fin llegó a la última página y leyó:
“Son las tres de la mañana, ¿Dios, qué hice
mal para que mi hijo me odie tanto?¿Por qué soy considerado culpable, si no
hice nada de malo, solo intenté educarlo para que fuera un hombre de bien?
Mi Dios, no permitas que esta injusticia me
atormente para siempre.
Te pido perdón si no he sido el padre que él merecía tener y deseo de todo corazón que me comprenda y me perdone.”
Te pido perdón si no he sido el padre que él merecía tener y deseo de todo corazón que me comprenda y me perdone.”
Estas fueron las últimas palabras de un hombre que,
aunque nadie le había enseñado, a su manera intentó ser el mejor padre. El mundo quizás podía
verle como demasiado duro o intransigente, pero en lo más íntimo de su ser
había un hombre tierno y lleno del amor de Dios, que nunca supo cómo expresarlo
ni a su propia familia.
La aurora rompía el cielo y un nuevo día comenzaba, Roberto cerró el cuaderno, se bajó en la primera estación y regresó de nuevo hacia donde habían vivido sus padres. Regresó quizás deseoso de que todo hubiera sido un mal sueño, de poder encontrar a su padre con vida y pedirle perdón por todo el mal que le hizo, pero no...
La aurora rompía el cielo y un nuevo día comenzaba, Roberto cerró el cuaderno, se bajó en la primera estación y regresó de nuevo hacia donde habían vivido sus padres. Regresó quizás deseoso de que todo hubiera sido un mal sueño, de poder encontrar a su padre con vida y pedirle perdón por todo el mal que le hizo, pero no...
Gritó frente a su tumba, hubiera querido poder
abrazarlo, pero solo encontró un profundo silencio.
Destrozado, fue a ver a su madre. Antes de entrar en la casa vio una rosa roja en el jardín; acarició sus pétalos y recordó como su padre las cuidaba con tanto amor. Esta fue la manera de encontrar paz en su corazón, ya que mientras acariciaba esa rosa, sintió como si acariciara las manos de su padre y descargara su dolor para siempre. Calmado ya, con voz suave se dirigió a su padre muerto:
Destrozado, fue a ver a su madre. Antes de entrar en la casa vio una rosa roja en el jardín; acarició sus pétalos y recordó como su padre las cuidaba con tanto amor. Esta fue la manera de encontrar paz en su corazón, ya que mientras acariciaba esa rosa, sintió como si acariciara las manos de su padre y descargara su dolor para siempre. Calmado ya, con voz suave se dirigió a su padre muerto:
“Si Dios me mandara a elegir, no quisiera tener otro
padre que no fueras tú. Gracias por tanto amor y perdóname por haber sido tan
ciego.”
Esta lección le hizo reflexionar, ya que él también
era padre y se dio cuenta de que no estaba dando lo mejor de sí, ya que las
ocupaciones, los problemas y el stress, habían creado un silencio entre él y
sus hijos. A partir de ahora, decidió que su vida cambiaría
radicalmente y que se compraría un cuaderno de tapa roja para poder anotar cada
una de las historias que a partir de ese momento sucedieran en su familia.
“La adolescencia y la juventud son los únicos
problemas que sólo se solucionan con el tiempo.”
Lectura tomada de Internet:
http://santamariadebaionadiocesistuy-vigo.blogspot.com/2012/05/el-cuaderno-rojo.html
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