Este espacio es para compartir la esperanza de que hay un nuevo amanecer luego de la pérdida de un ser amado. El duelo suele ser un proceso doloroso, pues es la reacción emocional ante la pérdida. El duelo se refleja en la vida del doliente a nivel fisico, psicológico y espiritual. Te tengo noticias, el duelo se puede aliviar y superar, pero conlleva tiempo y trabajo. Hay que elaborar tareas para que al final del camino puedas reinvertir tu energía de forma productiva, sin tener que olvidar a esa persona amada. Cada uno de nosostros tenemos un faro el cual con su luz te alumbrará para que puedas continuar con tu vida, recordando en el corazón, a la persona que se fue de esta vida terrenal.


miércoles, 25 de marzo de 2015

VÍDEO "ALGO LE PASA A MI HÉROE", DE VÍCTOR MANUELLE




Espero puedan ser sensibles al paciente de Alzheimer y a sus cuidadores. 
La canción de Víctor Manuelle es hermosa, y las actuaciones de 
Jacobo Morales y Jorge Castro son excelentes.

martes, 10 de marzo de 2015

Cómo ayudar a la familia de un suicida

Nota: Este articulo esta excelente para ayudar al superviviente de una situación traumática como un suicidio. Espero puedas compartirlo. 
Edu Sáez, CP, CT

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El dolor que experimenta una familia tras la muerte de uno de sus miembros se incrementa hasta niveles casi insoportables cuando ésta se ha producido por un suicidio. Las muertes violentas, y en particular el suicidio, son las más difíciles de aceptar. Se buscan explicaciones, se pretende encontrar culpables, no se sabe cómo mitigar una angustia que se muestra aturdidora.

El efecto del suicidio en la familia constituye una tragedia devastadora que provoca serios destrozos en la vida de los sobrevivientes, introduciéndoles en un duelo, por regla general, muy traumatizante y prolongado. Sobre todo en el caso de las madres, al tener más interiorizado su papel tradicional de cuidadoras, encuentran muchas dificultades para entender que sus desvelos, sus cuidados, sus intentos de protección y sus esfuerzos de contención hayan sido ineficaces a la hora de evitar la tragedia.

Por otra parte, la mayoría de las familias viven el suicidio como un verdadero estigma que les llena de vergüenza y que no les es fácil sobrellevar. Y esto parece ser así incluso aunque desde el entorno se evite todo señalamiento negativo y se les trasmita todo el apoyo posible. Así,en ocasiones, se busca enmascarar una realidad extremadamente dolorosa y se fabrica un verdadero tabú respecto a lo que en verdad le ocurrió a la víctima, ocultando la causa real de la muerte. No deja de ser una forma de protección de algo que no se quiere aceptar porque resulta más amenazante de lo que uno está dispuesto o capacitado para soportar.
Aquel terapeuta que pretenda ayudar a la familia para superar de manera adecuada el proceso de duelo por un suicidio necesita manejar una serie de pautas terapéuticas para facilitar la evolución psicológica de los familiares en las diversas etapas y evitar así la aparición de duelos patológicos.

Pero conviene entender que no existen panaceas ni remedios infalibles. Cada ser humano es distinto y reacciona ante un mismo evento de manera original. Y, por otra parte, es evidente que el impacto no será el mismo para los hijos del suicida que para sus hermanos, padres o pareja.

Algunos principios generales de intervención inmediata en los casos de suicidio serían los siguientes:

1.- Acompañar a la familia en algunas tareas fundamentales:
Reconocimiento compartido de la realidad de la muerte y del modo como ésta se produjo (confrontación directa, ritos funerarios, visitas a la tumba…)

Experiencia compartida del dolor y la pena. Será preciso captar, comprender y respetar la expresión de sentimientos complejos y contradictorios (ira, decepción, desamparo, alivio, culpa…) presentes, en mayor o menor grado, en las relaciones familiares tras haberse producido el hecho luctuoso.

Reorganizar el sistema familiar reestructurando las relaciones para compensar la pérdida.

Abrirse a nuevas relaciones y vivir abiertos a nuevas metas en la vida. En el proceso de duelo (un año o dos como mínimo) cada estación, cada fiesta o acontecimiento evoca la pérdida. Habrá que evitar que la idealización del muerto, la sensación de deslealtad o el miedo a otras pérdidas impida contraer nuevos vínculos o empuje a abandonar compromisos.

2.-Trabajar para atemperar el sistema impulsivo y preparar a los más jóvenes para que sean capaces de tolerar las inevitables frustraciones que acompañan a toda vida humana. Es importante ayudarles a entender que el sufrimiento, el fracaso en el logro de objetivos, las contrariedades y los conflictos son experiencias dolorosas con las que es preciso contar. Deben, por lo tanto, ser integradas como componentes inevitables de la vida y pueden ser manejadas de forma constructiva sin dejarse arrastrar por los senderos sombríos de la autoaniquilación.

3.- Ayudar a la familia para que comprenda que el suicidio estuvo relacionado con la enfermedad y no con fallos en los que, inevitablemente, ellos hubieran podido incurrir. Parece que explicar la muerte por suicidio como un síntoma de una enfermedad mental puede disminuir el riesgo de la imitación, mecanismo que, según se ha comprobado, puede inducir a algún otro miembro de la unidad familiar a seguir el mismo camino que el suicida.

4.- Separar la forma de la muerte del muerto mismo. J. Montoya Carrasquilla subraya que en la muerte por suicidio es preciso separar la forma de la muerte del muerto mismo; hay que rescatar al occiso de la forma en que ha muerto, diferenciar su vida del modo de morir. Conviene hacer esa distinción para que se produzca el proceso de sanación. Es preciso hacer aflorar el convencimiento de que lo que realmente importa no es la manera como murió el ser querido, sino el hecho de que ya no está. Por lo tanto el trabajo terapéutico de recuperación y de duelo debe hacerse por su ausencia y no por su modo de morir.

5.- Conocer la estructura global de la familia y la posición funcional de la persona que muere. Si eso es importante, en general, para todo aquel que pretende ayudar a una familia, y fundamental para quien se propone hacerlo con quienes han perdido uno de sus miembros, se convierte en imprescindible cuando el muerto lo es por suicidio. Pretender tratar todas muertes del mismo modo constituye un craso error. Fundamentalmente porque no basta con orientar la ayuda, de acuerdo a nociones corrientes de duelo, a la expresión abierta del dolor. Es preciso conocer el modelo de relación que utiliza la familia, su grado de cohesión, el tipo de comunicación más o menos sano que mantienen entre sí sus integrantes y que mantenían con el difunto, el papel más o menos relevante que éste desempeñaba, su posible función como mantenedor homeostático de la estructura familiar, etc., etc…

6.- Ayudar a vencer los mecanismos de negación. Es importante también que el terapeuta tenga un buen control de su propia emotividad y acompañe a la familia para que ésta vaya logando superar sus naturales mecanismos de negación. Parece conveniente (Bowen) no rehusar términos directos como “muerte”, “morir”, “enterrar” o “suicidio”, evitando otros menos directos como “el que se fue”, “el que ya no está”… La utilización de expresiones claras sirven para señalar que se es capaz de hablar con naturalidad de este tema por más doloroso que resulte y ayuda a los demás a sentirse cómodos y a abrir sistemas emocionales cerrados. Los vocablos alusivos pretenden suavizar la realidad de una muerte traumática, pero contribuyen a la confusión y a no enfrentarse a una dolorosa realidad que no deja de existir por más que se pretenda edulcorarla o enmascararla.

7.- Facilitar la expresión de los sentimientos. Una acción terapéutica fundamental es permitir la expresión del dolor estimulando sus manifestaciones sobre todo en aquellos familiares que tratan de mantener un control excesivo sobre sus emociones.

8.- Priorizar el duelo. En el trabajo con familias que deben abordar duelos difíciles es importante ayudarles a “priorizar el duelo”, algo así como “establecer una jerarquía de dolientes” que impida la usurpación del dolor por parte de familiares que, no siendo los más afectados, tienden, debido a su peculiar personalidad, a comportarse como si fueran los que más sufren restando protagonismo y atención a quienes verdaderamente más la necesitan. Habrá que hacer un trabajo de contención de las personalidades histriónicas que, como se dice popularmente, desearían ser el niño en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el entierro. Es importante lograr la solidaridad de toda la familia para que brinde su apoyo emocional al “doliente priorizado” (padre, madre, esposo/a, hijos…) incrementando así sus actitudes altruistas y su disposición de acompañamiento a quien realmente es más menesteroso.

9.- Adquiere una especial importancia el apoyo a la familia respecto al manejo que ésta debe hacer de los sentimientos de culpabilidad. A este respecto convendría tener en cuenta:
Que la culpa es una fase habitual por la que pasan todos cuantos pierden un ser querido. Es conveniente ‘normalizar’ este sentimiento y vivir como algo natural el hecho de preguntarse qué se hizo mal o qué se dejó de hacer bien.

Que el suicidio, aunque se produjo en ese determinado momento, pudo también haber ocurrido antes y si realmente no sucedió así en ello tuvieron mucho que ver los desvelos y los cuidados que generosamente brindó en su momento la familia. Es este un aspecto que conviene destacar.

Que si el propio suicida jamás deseó padecer la enfermedad que le llevó a la muerte, tampoco tiene ninguna lógica cargar sobre las espaldas de la familia, del médico, del psicólogo o del psiquiatra una decisión que ni desearon, ni alentaron.

La familia tendrá que entender que no era fácil, ni posible evitar lo que finalmente sucedió. El ser humano acaba haciendo lo que desea y nadie se lo puede impedir. No es razonable vivir encadenado al otro para evitar una posible tragedia. La vida en esas condiciones no tendría sentido y el simple planteamiento de una situación de esa naturaleza resulta absolutamente absurdo. Además nadie puede hacerse responsable, de forma definitiva, de la vida de otro salvo que se trate de un niño o de un demente y ello con matices y aceptando que, incluso en esos casos, hay circunstancias que escapan a nuestro control y no son, por tanto, previsibles.

Es igualmente imprescindible tener en cuenta un contexto más amplio que el de la propia familia. Es éste un principio desculpabilizador que permite entender, por una parte, que toda persona es libre y responsable de sus actos y, por otra, que la matriz social en la que una persona toma sus decisiones no está constituida exclusivamente por el entorno familiar.

Será también fundamental trabajar todo lo referente al complejo mundo de los límites que las familias muy aglutinadas o fusionadas tienden peligrosamente a diluir. Eso facilitará la comprensión de un “sí-mismo” independiente y la responsabilidad de cada uno frente a ese “sí-mismo”. Habrá que aprender a aceptar que cada uno es dueño de su propio destino y señor de sus propias decisiones. Por lo tanto, el amor y la proximidad afectiva no implican que uno deba sentirse corresponsable, y mucho menos culpable, de las conductas que uno desaprueba en aquellos a quienes ama.

Un último recurso sería procurar que el culpabilizado caiga en la cuenta de que él no le inculcó, en ningún caso, la idea suicida, ni le facilitó los medios para ejecutar el suicidio, sino que, por el contrario, se esforzó por modificar su manera de ser, le aconsejó lo mejor que pudo y sufrió y padeció a causa del carácter difícil del difunto.

10.- Señalar, finalmente, como algo importante la necesidad de dar tiempo al tiempo. Es tarea fundamental del terapeuta trasmitir serenidad. Los procesos de duelo no pueden ni ahorrarse, ni precipitarse porque cuando se cierran en falso se convierten en fuente de patologías. La familia tendrá que comprender que no existe receta mágica que pueda liberarle del dolor de la separación, máxime cuando ésta ha sobrevenido de forma inesperada y violenta. Habrá que confiar en el valor analgésico del paso del tiempo y en sus efectos terapéuticos.

Autor del articulo: J. J. RUIZ, Terapeuta familiar


Tomado de Internet (10 marzo 2015) http://www.cuidatusaludemocional.com/2013/05/como-ayudar-la-familia-de-un-suicida.html

miércoles, 4 de marzo de 2015

¿Tienes un duelo anticipado?

El duelo anticipado  es expresado con anterioridad a la pérdida, es el que se percibe como inevitable.  Concluye con la pérdida esperada, independientemente de las reacciones que se tengan luego de la muerte.  Puede aumentar su intensidad a medida que se hace más inminente la pérdida  (Sáez, E. 2013).
El duelo anticipado, es un ensayo terapéutico que recomiendan algunos autores de pérdida y duelo.  Es procesar poco a poco las reacciones que se viven ante la muerte de un ser querido.  Sucede cuando tienes una persona con una enfermedad grave, crónica o terminal o a los ancianos que van apagándose ante la llama de la vida terrenal para ellos.  Lo clasifican como un duelo normal y saludable (Sáez, E. 2013).
Es importante validar esos sentimientos, ser auténtico y darse tiempo para dolerse, pues estás perdiendo a una persona importante para ti.  No es momento de negación, es la hora de irte preparando para el desapego, para la despedida terrenal (Sáez, E. 2013). 
Creo firmemente que el aspecto espiritual juega un papel predominante para procesar de manera adecuada ese desapego.  Claro que habrá pena y dolor, pero hay que trascender, todos lo haremos en algún momento.  Entonces lo que queda es reflexionar en los buenos y ricos recuerdos que quedarán para siempre en la mente y en el corazón de esa persona importante para uno, no centrarnos en el suceso muerte.  Hay que enfocarnos en la vida de ese padre, madre, hermano, hijo que estamos perdiendo físicamente pero quedará ahí en el corazón para siempre. El amor nunca muere, evoluciona (Sáez, E. 2013).
Si ésta pérdida se retrasa mucho, puede la persona agotarse, provocando menos manifestaciones de duelo agudo cuando la pérdida real sobreviene.  La esperanza de que no vaya a producirse la pérdida puede atenuar el duelo anticipado, pero desembocar en un duelo agudo e intenso si por fin se produce el fallecimiento.  Este tipo de duelo se da con los cuidadores primarios de pacientes terminales/moribundos (Sáez, E. 2013).

Referencia:
Sáez, E., (2013). La vida y la muerte procesos inseparables: Cómo encontrar alivio en la pérdida y el duelo. Publicaciones Puertorriqueñas.

lunes, 2 de marzo de 2015

¿Cómo ofrecer apoyo en el lugar de trabajo?


Cuando se trabaja se comparten ocho horas diarias. Por tanto, no solo es la labor diaria, hay relaciones interpersonales que se enlazan entre los empleados. Entonces cuando sucede la enfermedad, pérdida de la salud  o la muerte de un compañero habra un duelo en el lugar de trabajo. ¿Qué hacer?, ¿Cómo apoyar a los empleados? Algunas sugerencias para los supervisores, para lidiar con el grupo de empleados en duelo:

Apoyo al compañero en duelo-
¿Cómo ofrecer apoyo?

  1. Reconozca su pérdida, valide esa pérdida como significativa.  
  2. Invítelo a su oficina y escuche sus sentimientos de pena. Espere lágrimas y tristeza durante su labor pues está en duelo. Espere oír la historia una y otra vez. No estimule que supriman sus sentimientos con palabras “debes ser fuerte.”
  3. Sea solidario con el empleado doliente. Pueden escribir una nota o postal para que los demás empleados puedan apoyarle en estos momentos de dolor.
  4. Respete la privacidad del doliente. Honre los silencios en las conversaciones y las puertas cerradas.
  5. Incluya al doliente en los planes sociales del lugar de trabajo, permítale decidir si acepta o declina la invitación.
  6. Acepte que la ejecución del doliente no será la acostumbrada, espere que éste se recupere con el tiempo.
  7. Este atento a señales de descuido en la apariencia física o abuso de sustancias controladas. Si observa un duelo agudo y prolongado recomiende al empleado consejería tanatológica/psicológica.
Cuando un compañero está seriamente enfermo

  1. Reconocer  que nos podemos sentir incómodos con esta situación, pues podemos confrontar con  nuestra propia mortalidad.
  2. Manténgase en contacto tanto el supervisor como el empleado.
  3. El compañero enfermo sigue siendo parte del equipo de trabajo.
  4. Designar un enlace que transmita la información sobre la salud del empleado.
  5. Sepa qué información se puede o no compartir (confidencialidad, HIPA).
  6. Supervisor debe verificar balances de vacaciones del empleado enfermo.
  7. Plan de llamadas, notas, entrega alimentos y otros gestos de apoyo de parte de los compañeros de trabajo.
Muerte de un compañero de trabajo
  1. Realice una reunión con los empleados para que puedan expresar su duelo y sentimientos.
  2. Los empleados más cercanos al difunto requieren apoyo adicional pues su sentimiento de pérdida será mayor. Puede que alguno requiera ayuda, deba referirlo a consejería.
  3. Designar un enlace con la familia del empleado que falleció para canalizar las expresiones de apoyo de la compañía/empresa; sean estos arreglos florales, tarjetas y donaciones.
  4. Se puede elaborar un tablón o un libro de memorias con fotos (collage) del empelado, en honor a su vida. Pueden colocar un lazo.
  5. Si es posible entre los demás empleados hacer una recolección de fondos para la familia del fallecido.
  6. Realice un escrito (memorando) a los demás empleados explicando el lugar y hora que se llevará a cabo los ritos funerarios.
  7. Asistir a los funerales o servicios memoriales.

Preparado por:
Edu Emilia Sáez, 
Consejera Profesional, 
Tanatóloga Certificada
2014