De la misma manera que
se educa para la vida también se debe ofrecer una educación sobre la muerte. Existen
dos tipos de educación sobre la muerte: la educación informal y la formal (Corr,
Nabe, & Corr, 2009). La informal es aquella educación no
planificada, esta emerge de las experiencias diarias de la vida y se inicia en
el núcleo familiar, a través de la madre o el padre y cómo estos han
enfrentado la muerte. Además, hay otros factores sociales que
influyen en el proceso de enfrentar la muerte, como los medios de comunicación: la
televisión, la Internet, la literatura, asistir a un funeral, entre otros. El
segundo tipo es la educación formal la cual es una planificada y estructurada. La
misma se ofrece en las escuelas, colegios, universidades y en los talleres de
educación continua para los profesionales de la salud y la conducta humana. Existen
programas y adiestramientos que atienden este tipo de educación formal.
Deberían existir clases formales, como requisito en las universidades de Puerto
Rico sobre la educación sobre la muerte, la pérdida y duelo para los
profesionales de la salud y la conducta (psicólogos, consejeros profesionales,
trabajadores sociales, médicos, enfermería, etc.)
Robert Kastenbaum,
citado en Corr, Nabe & Corr (2009) explica que los individuos se
interesan por el estudio de la muerte por tres razones básicas. La
primera es por el trabajo y las funciones que se ejercen en el mismo: maestro,
enfermera, trabajador social, consejero, ministro, médico o voluntario en un
hospicio. La segunda es por razones personales, (como lo que me
motivó) ya que existe un interés en trabajar con la muerte propia y enfrentar
la misma muerte como una experiencia de vida. La tercera es la
curiosidad de la persona por conocer sobre algún tema en el campo de la muerte,
el morir y el proceso de duelo.
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